Falsa reverencia
Celine se movía por nerviosa por todo el amplio salón. Las paredes negras como la noche parecían reflejar sus miedos. Afuera el sonido ensordecedor del viento no hacía más que aumentar sus infundados temores.
La espera era quizá la peor pesadilla para cualquiera en sus condiciones, su señora debía encontrarse próxima a llegar, y con ella probablemente su malhumor. La torre del homenaje se hallaba desolada, las butacas cubiertas por una gruesa capa de polvo indicaban el desuso de siglos. Fuera, el cielo amenaza con una nueva ventisca, el inminente frío se había instalado en el viejo castillo. Celine se había preparado con un grueso vestido negro, el color predilecto de su señora, unas calzas de lana y botas de piel.
Los coches se aproximaron mientras la joven doncella observaba a través de las ventanas. Una mujer cubierta por una enorme capa negra descendió del carruaje adentrándose en el patio de armas. Un par de criados corrieron a su servicio y ella con un gesto de sus manos enguantadas les ordenó que se marcharan. Caminó hasta el edificio principal donde las puertas se abrieron de inmediato, Celine corrió por las escaleras a su encuentro.
En el salón principal se hallaban encendidas una centena de velas, mientras la chimenea ardía con pereza. Su señora tomó lugar en una enorme butaca color vino despojándose de la capa. Un hermoso vestido de amplias mangas ceñido a la cintura resaltaba sus ojos negros como la noche, mientras el oscuro cabello lo llevaba perfectamente liso hasta lo bajo de la espalda. Sus labios mostraban una mortal sonrisa que Celine conocía bien, no debía provocarle el malhumor.
-Mi señora ha mandado a llamarme – dijo con la voz quebrada por el miedo. Las lúgubres paredes de la estancia pretendían asfixiarla – aquí me encuentro.
Priscilla volvió la vista hasta Celine, por primera vez sus ojos parecían vivos y no simplemente perdidos, eran fríos y aterradores cual pozo sin fondo.
-¡Oh mi querida Celine! – Pronunció con voz metálica al tiempo que se levantaba y le plantaba sendos besos en las mejillas – hacía tanto que no te veía que ya comenzaba a preocuparme que os marcharais lejos de mí… - agitó las faldas de su amplio vestido – pero solo digo tontería querida, quien podría escapar de los guardias, ya sabéis lo que Bartolomé le hace a quienes escapan, muchos terminan deseando la muerte. Pero, no creo que ese sea el caso, mejor dicho, mis temores infundados no tenía que haber nacido ¿Verdad?
Celine sintió los nervios en sus manos temblorosas, mientras las rodillas parecían fallarle en el momento menos oportuno.
-Desde luego que no mi señora – fue lo único que logró responder.
Priscilla hizo llamar a los criados, quienes acudieron en el acto. Eran dos jóvenes demacradas muy delgadas con miradas vidriosas, el miedo las tenía paralizadas cuando se presentaron ante su señora. Les pidió organizaran el comedor y le llevaran dátiles, naranjas, manzanas y todas las frutas que se consiguieran en el lugar, también que encendieras la calefacción del castillo y los braseros móviles, detestaba sentir los pies congelados. Dicho esto las jóvenes desaparecieron a la cocina.
-Ah querida mía, olvidé mencionar que esta velada tendremos un par de invitados para la cena – hablaba con parsimonia – por ello, he traído un caro obsequio, yo misma lo elegí, ten.
Rebuscando en su baúl extrajo una larga túnica color gris, con hermosos bordados en el pecho y las mangas, el corpiño era delicado, adornado con piedras de matices negros y rojizos.
-Es muy hermoso – manifestó palpando la reacción de su señora, quien a su vez sonreía complacida – no debió molestarse, no necesito algo tan lujoso y no quiero aprovecharme de vuestra amabilidad…
-No se diga más – La interrumpió – corre a vestiros que pronto llegaran mis nuevos amigos. No os preocupéis ya buscaré quien me ayude a vestirme.
Con una marcada reverencia Celine se marchó hasta su alcoba, donde no podía menos que dudar de la amabilidad de su señora. Priscilla era precedida por su fama, muchos le temían, la llamaban cruel y sanguinaria, algunos afirmaban que tenía cien años viva, cosa que Celine nunca creía. Sus destinos se cruzaron cuando la joven tenía escasos trece años, vivía en un pequeño pueblo junto a su hermano y su madre sumidos en la terrible pobreza. Priscilla había mostrado un inquietante interés por la chica, sus ojos azules le resultaban un atractivo que deseaba conservar para sí misma, entonces dotó a la familia de una buena suma de dinero y se apoderó de la chica. Ahora diez años después Celine comprendía el error de su madre al dejarla marchar. Si bien allí no le faltaba nada, no era feliz, vivía con el miedo latente en su pecho, había visto a mucho morir, y sufrir antes del deceso por lo que, en el momento que su señora se cansara probablemente sufriría el mismo final de quienes le antecedieron.
Se arregló con prisa y sin esmeró, sabía bien que si llamaba mucho la atención su señora no estaría complacida, ella era el centro de todo.
En la recepción ya se agolpaban los invitados. Unos diez caballeros y un par de damas muy adornadas. Priscilla hizo presencia justo cuando todos se inquietaban por su llegaba. La imagen despampanante de la mujer ataviada por un exquisito vestido verde esmeralda arrancó cumplidos de todos los presentes.
Comieron y degustaron el vino, al son de un par de flautistas que alegraban a la señora del castillo. Celine no pasó por alto las miradas lascivas que Priscilla le lanzaba a uno de los caballeros, mientras le regalaba comentarios sátiros. Le llamaban Francis, era procedente de las islas del Sol, con piel tostada y ojos claros, cabello rubio y brazos fuertes. Su señora lo acaparaba por completo, mientras el joven, al menos diez años menor que ella, reía encantado de sus bromas.
Dispusieron del salón para bailar un rato. Muchos danzaban alegremente mientras Priscilla rechazaba con amabilidad a quienes le invitaban. Excepto por Francis, que lucía distraído junto a la ventana. Era el único que no honraba a la anfitriona con una invitación. Celine reparaba en la ira disimulada de su señora, probablemente la noche no terminara bien.
Una mano tocó levemente el hombro de Celine, al volverse se encontró con Francis plantado frente a ella.
-Me gustaría si usted aceptara bailar la próxima pieza conmigo – pidió.
Celine estaba impactada, no sabía que era lo que tenía que responder. De pronto, todo se esclareció ante sus ojos, tropezó con la mirada repleta de odio de Priscilla, sus labios formaban una línea recta mientras su cuello empezaba a enrojecer de cólera. Los buenos días para Celine habían terminado, y todo por despertar aquellas intenciones en el caballero equivocado. No pudo menos que aceptar el ofrecimiento del caballero, después enfrentaría las terribles consecuencias. Mientras tanto bailó, dejando que los problemas resbalaran en la pista…
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