"Amenaza latente"
El silencio invadía un prado pequeño. Las
margaritas eran azotadas por la frescura del viento, mientras que el agua del
pequeño arroyo bañaba de rocío a la joven que descansaba absorbiendo la luz del
sol. Él caminaba a paso lento, llevaba el cabello revuelto como de costumbre,
sus enormes y adorables ojos azules lucían cansados y marchitos… Por fin la
había encontrado.
La distancia entre ellos se redujo a
un palmo. Cuanto anhelaba besarlo y rodearlo con sus brazos, pero debía
contener el impulso y actuar de manera correcta. Exhaló silenciosamente con
gesto cansino, su mandíbula cuadrada se mostraba tensa por lo ella inquiría que algo no marchaba bien.
-Vienen siguiéndonos – dijo él.
Probablemente aquel resultaría el peor
panorama que Amelie
pudiera esperar, sin embargo ya no tenía miedo. Había escapado por amor, y con Charles a su lado dudaba
que las fuerzas le fallaran. Ahora más que nunca lucharía y plantaría cara a
quienes pretendían destruir su felicidad.
Los jinetes se acercaban. Sentía los
cascos de los caballos repiqueteando furiosos contra el suelo. Aunque el mundo
parecía imperturbable no lo era. Las hojas cayendo lentamente de las ramas de
los árboles, el agua corriendo por el arroyo, los pájaros cantando… ¿Cuánto
tiempo duraría?
-Preferiría escondernos – manifestó Charles
– no estaré confiando si no sé qué estáis a salvo…
Hizo ademán de tomarle la mano pero
ella lo rechazó, debía ser fuerte.
-No volveré a huir – comentó decidida.
Amelie estaba exhausta de escapar. Llevaba
cinco años como fugitiva y los hombres de su padre se negaban a darle la
libertad que tanto deseaba. Desde que tomará la decisión, cambió sus lujosos vestidos de seda cara por
viejos pantalones de cuero, pinceles por puñales, zapatillas doradas por botas
gastadas, una larga y sedosa melena dorada que ahora llevaba enmarañada por los
hombros. Pero a Charles no parecía importarle, mientras ella tuviera vida él
sería más que feliz, no la necesitaba bonita con vestidos caros, él la amaba en
toda su esencia sin importar lo que llevara puesto. Y ella era feliz también a
su manera. Viviendo a merced del feroz bosque,
cazando la comida cada día, sin lujos pero con amor. Y con ello bastaría
para que luchara una vida entera con tal de lograr dejar de ser perseguidos por
hombres crueles y sanguinarios.
La brisa se agitó furiosa y sintió el
peso de la espada que le colgaba del cinto, Gerard se llamaba. Era un obsequio
de Charles, se la otorgó el primer día que pasaron a la intemperie, necesitaba
protegerse y aprender a defenderse por sí misma, y tras largas jornadas de entrenamiento mejoró
lo suficiente como para utilizar el arma sin mayores problemas. La empuñadura
era de un metal negro y frío como la
noche, mientras que la hoja relucía como una llama dorada ante cada oscilación.
El ruido no los tomó por sorpresa, una
docena de caballeros venían a lomos de sus corceles gritando y agitando los
banderines. Un par de ellos se aproximaron, seguidos por cinco que les pisaban
los talones. Uno se deshizo del yelmo dejando al aire libre su enorme barba
negra.
-Venimos por la hija de nuestro señor –
gritó con voz aguda – Amelie de Onfroy. Que no se derrame sangre, entregadla y
os aseguro un buen trato.
No hicieron faltas las palabras y
mucho menos señas. Él actuó por impulso propio mientras ella sacaba a Gerard de
su vaina lanzándose con toda la furia que albergaba hacia aquellos hombres.
Surgieron gritos y maldiciones. Muchos
caballos cayeron aplastando a sus jinetes en el acto. La sangre invadía los
sentidos de Amelie, quien pocas esperanzas albergaba de seguir con vida aquella
tarde.
Gritó y peleó como si fuera un hombre,
con toda la fuerza que sus brazos adquirieron durante el entrenamiento. Ya no
era una delicada doncella, era un guerrero que combatía por su libertad.
Golpes furiosos, gritos… Todo se
arremolinaba a su alrededor, en medio de la confusión solo alcanzaba a golpear
a sus enemigos.
Su mundo se detuvo, de pronto las
espadas ya no importaban, la sangre corriendo por sus brazos carecía de sentido…
su lucha, su amor… Charles… lo envolvía una densa niebla mientras él se hallaba
derrumbado en la hierba, no alcanzaba a verle el rostro, el rostro que tanto
amaba, por el cual lucharía incansablemente hasta el fin del mundo.
Un golpe seco en la cabeza le recordó
que el peligro continuaba latente. Con la respiración entre cortada, y las
lágrimas aflorando en sus ojos adoloridos sujetó con firmeza el puño lanzando
estocadas rápidas y precisas. Un dolor se extendía a lo largo de su pecho, le
quemaba, le retorcía el corazón. La sangre le salpicaba la cara, las manos, los
brazos y el resto del cuerpo, estaba adolorida en su interior, no importaba…
La lluvia le empapó la ropa y la cara,
el claro se hallaba absolutamente desolado, cubierto de cadáveres y un río de
sangre. Corrió con la fuerza que aún le quedaba en las piernas hasta donde se
encontraba él, tenía el rostro demacrado cubierto de tierra y sangre, del brazo
derecho brotaba un líquido muy oscuro. Sus ojos la miraron con la poca luz que aún
le quedaba, su boca sonrió con dulzura.
-Lo lograste – era un hilo gastado lo
que quedaba de su voz – ahora somos libres, po.. podremos amarnos sin importar
cuanto nos persigan – una lágrima brotó – estáis herida – hizo un gesto de dolor – de.. debes
ir a la cabaña y que te sanen, yo estaré bien..
“Al menos puedo morir sabiendo que
tienes todo para cuidar de ti..
Ella reprimió un sollozo, la cabeza le
daba vueltas… El amor se le escapaba de las manos, su lucha ya no tenía
sentido.
-Calla – le suplicó aferrándose a él
- si no es contigo yo no deseo la vida…
Era lo único que podía decir. Le limpio
la lluvia del rostro y le besó los labios, fríos como hielo mientras la vida se
le extinguía.
Se acostó a su lado apoyando
cuidadosamente la cabeza en el pecho de él. El dolor poco a poco menguaba,
mientras la noche se extendía por encima de ellos. Una sonrisa se dibujó en sus
labios mientras cantó una suave melodía hasta quedarse dormida.
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