La reina dorada


El salón era amplio, las paredes de un lúgubre tono coral parecían muy distantes entre sí. Un par de hombres regordetes discutían en voz muy baja, un leve susurro apagaba sus voces en medio de los ecos que se proyectaban en la sala. Las señoras, acompañadas por sus leales doncellas se dedicaban a comer pastelillos calientes y degustar una copa de vino.
Todos esperaban ansiosos a la reina, aunque ninguno se atrevía a molestarse por el retraso de esta. Tristán se sentía agotado, sentía las piernas entumecidas y el frío calándole el cuerpo, aun así no dijo palabra alguna, esperaba a su reina, el mayor honor con el que podía contar.
Las puertas se abrieron de par en par causando un gran estruendo, la reina entró con la cabeza en alto y seis de sus doncellas pisándole los talones, un par de guardias la acompañaban. El cabello dorado lo llevaba trenzado y adornado por perlas, la túnica dorada hacía juego con sus ojos del mismo color, la reina de oro, la llamaban muchos, reflejaba lujuria y encanto, tan hermosa y cautivadora y sin embargo peligrosa, según decían algunos.
Se sentó en el trono de piedra gastado, donde antaño se situaba su hermano. Sus jóvenes doncellas se localizaron a su alrededor en forma de media luna imitando una muralla humana, los guardias se apostaron uno a cada lado. La princesa Amisha se alzaba imponente, rechazó una copa de vino y sonrió complacida mientras sus súbditos hacían una exagerada reverencia.
Un hombre delgado y muy alto dio un paso al frente, vestía calzones de lana azul y una larga capa color bronce, apestaba a cerveza aunque no mostraba indicios de haber bebido más de la cuenta.
-Majestad – habló con voz aguda inclinando una rodilla – he traído ante su presencia al joven Tristán Fedirnand como ordenó en la audiencia pasada.
La reina esbozó una amplia sonrisa dejando ver sus pequeños dientes blancos, indicó con un gesto simple y Tristán se acercó al estrado, no hincó la rodilla ni manifestó reverencia alguna, su rostro parecía una gélida máscara tallada en piedra.
-Joven Tristán – el caballero se mostró indignado con lo de “joven”, era cuatro años mayor que su reina, sin embargo no dijo nada – que grato el poder verlo aquí, tengo entendido que las cosas en su pueblo no se han manejado muy bien – su voz era dulce como el veneno más poderoso – mandé una flota a vuestro palacio y me han regresado los restos de mis hombres.
Tristán se sentía incómodo, todas las miradas estaban puestas en él y en lo que esperaban dijera a continuación. Una mala palabra podría arruinarle todos los planes.
-Excelencia mucho me temo que el pueblo de Lovable le ha fallado en esta ocasión – tomó una bocanada de aire para proseguir – el rey corsario nos ha azotado, quemado nuestras aldeas y acabado con nuestros hombres. Podría ser un inicio para un enfrentamiento sangriento.
Tristán estaba asustado, ya muchas historias llegaban al castillo acerca de la crueldad de la reina, provocarla podría desencadenar la miseria para su familia y el horror para su pueblo.
-El rey corsario… – asintió ella con tranquilidad mientras un leve susurro se levantaba por la sala – ¡Silencio!  El caballero se ha confundido mis leales señores, no hay más rey que él que se encuentra ante vuestros  ojos… – se levantó del trono y caminó hacia Tristán, su cara se encontraba a un palmo de la de él y no se atrevía a mirar sus ojos por temor a ofenderla – decidme  joven ¿Os estáis burlando de mí? – Olía a jazmines y agua de coco.
Se retiró un poco para observarlo mejor, incrédula parecía no entender lo que allí ocurría.
-No sería capaz majestad, soy fiel devoto de vuestra regencia – contestó con las palabras atragantadas.
-Mientras mi reino se pudre en los excrementos vosotros planeáis ser desertores y engañarme…no está nada bien ofender a la reina, recordad lo que decía mi pobre hermano “Lo que el trono ofrece el trono quita”…
“Su hermano había sido un hombre misericordioso y sabio que sabía escuchar al pueblo, no torturarlo” pensó sin hablar, aquello bastaría para ser expulsado del reino hasta el final de los días.
La reina se paseó ante él meditando sus acciones, parecía concentrada, sus doncellas se movían inquietas ante la esperaba, el salón entero parecía sentir la angustia y la desesperación de Tristán. “Cuanta maldad se oculta tras maravillosa belleza” pensó.
-Lamento deciros caballero – anuncio por fin – que hasta no tener pruebas no podré ofrecer un veredicto justo, entre tanto, Lord Azael os llevará al calabozo donde aguadarás con paciencia la sentencia de vuestra reina… Lleváoslo.
Tristán no puso resistencia alguna, sabía que la batalla estaba perdida. Tenía que meditar sus próximos movimientos, tal vez una audiencia privada le diera otra oportunidad de actuar. Por ahora esperaría, las mazmorras le supondrían una carga a la cual resistir, mientras la reina se debatía entre decisiones absurdas, afuera los hombres se inquietaban y planeaban el deceso de Amisha…

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